ME QUEDÉ EN EL VIAJE

El informe mundial sobre las drogas 2021 UNODC afirma que en las últimas estimaciones globales, alrededor del 5,5% de la población de entre 15 y 64 años ha consumido drogas al menos una vez durante el último año; mientras que 36,3 millones de personas, es decir, el 13% del total de quienes utilizan drogas, sufren trastornos por su consumo. El tema no es ajeno en Colombia, según información brindada por el DANE a finales de 2021 los adolescentes de 12 a 16 años presentan un consumo de 19.39%. El uso reciente durante el último año de alguna droga ilícita fue reportado por el 3,6% de los encuestados, equivalentes a 839 mil personas. De acuerdo a lo anterior, es evidente el aumento del consumo de drogas en niños y adolescentes colombianos. El país ha pasado de ser exportador a consumidor, asociando lo anterior a un evidente problema de salud pública que repercute en la inseguridad, violencia y degradación social.

El consumo de drogas se puede experimentar por curiosidad, por salir de la rutina, del  aburrimiento o tal vez para escapar de la realidad. Aquellos que inician en este mundo, aseguran que lo pueden controlar y que solo se trata de algo recreativo. Es ahí donde surge la siguiente pregunta: ¿En qué punto el consumo pasa de ser recreativo a una dependencia del cuerpo? 

La siguiente historia, busca reflejar el oscuro mundo de las drogas dentro de los jóvenes colombianos y a la vez levantar la voz sobre los riesgos que esto puede producir en una sociedad individualista y desalmada que cree que los males son ajenos, leídas por padres que probablemente sus hijos tengan un alto riesgo de ser los protagonistas de estas historias que pocos se atreven a contar y que a muchos les cuesta leer. 

Logan era un adolescente de 16 años, vivía en el barrio la Perseverancia de Bogotá, su entorno familiar nunca fue fácil. Desde muy niño era testigo de cómo sus padres preferían una bolsa de marihuana que una de arroz, en múltiples ocasiones presenció maltrato intrafamiliar y violencia. Sufrió el flagelo del abandono, aunque tenía físicamente a sus padres en la casa, ellos nunca estuvieron para aquel muchacho que le pedía a gritos a la vida que sus padres cambiaran en algún momento.  Desafortunadamente el alcohol y la droga terminaban ganando la batalla a un par de adictos que decidieron traer al mundo a un sujeto para ofrecerle violencia, hambre y drogadicción. Valiente sociedad la nuestra. 

A Logan no lo criaron sus padres, lo crió el barrio. Siempre se destacó por la  actitud que irradiaba ante sus compañeros, a pesar de sus problemas de casa, buscaba la manera de compartirlos y mostrar la cara amable de la vida. Pero eso no duró mucho; entrando a la adolescencia, esa etapa difícil que atravesamos todos, en donde los pensamientos se vuelven oscuros y la existencia toma impulso hacía la nada. Aquel muchacho desorientado encontró refugio en la marihuana. Empezó por robar pequeñas cantidades a sus padres y fumar en lugares clandestinos para no levantar sospecha alguna. La marihuana fue la puerta para suplir la soledad, el maltrato y la falta de afecto. Se alejó de sus amigos y  el fútbol dejó de importar. El cigarrillo pasó a ser una pipa y la pipa a ser una jeringa. Toda una línea de autodestrucción que se hubiera podido evitar con un abrazo, una palabra de reconocimiento o simplemente con un plato de comida.

Desde el primer día que probó la heroína no volvió a ser el mismo. En pocos años pasó de patear un balón a cargar un costal por las calles de Bogotá, pasó de ser el alumno destacado de la clase de matemáticas a ser el mejor amigo de una jeringa, una cuchara y una aguja oxidada. Doce años viviendo en la calle fue la consecuencia que pagó aquel niño que solo quería ser feliz, aquel adolescente que quiso ser escuchado en una sociedad de oídos sordos. Narra con mucha nostalgia el día que iba caminando por la séptima del centro de la ciudad de Bogotá, notó que en una caseta de comida estaba uno de sus tíos con el cual no tenía muy buena relación “en medio de mi trabajo yo lo vi y él no sabía si llorar o reír, se asustó y era evidente yo estaba irreconocible, olía a basura, andaba descalzo y mis brazos estaban quemados de inyectarme más de 30 veces a la semana”.

Después de ayudas y lucha constante, Logan hoy en día tiene 41 años, vive en Medellín, no olvida su infancia, tampoco el hambre y el rechazo que aguantó en las calles, los golpes de las autoridades y el inclemente frío que hace en los corazones de aquellas personas que miran al otro por encima del hombro. Recuerda su vida como una tragedia, pero admira su voluntad para batallar todos los días contra una adicción. El habitante en condición de calle no solo lleva reciclaje en su costal, también carga sueños que no pudo cumplir, vacíos que no puede suplir, carga las ganas de abrazar a sus padres, se cuestiona el cómo terminó hundido en la degradación, carga la esperanza de salir del infierno y le pide a la vida que su historia no se repita en ningún niño de este país. ¿Usted se ha preguntado cuántos Logan existen en Colombia?



Autoría del texto: Luisa Marín
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Autoría de ilustración:  Natalia Calderón https://instagram.com/naata1_

Edición: Carlos Niño https://www.instagram.com/cninovargas/


 

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