Pobreza Santa.
“Cómo podría volar en mi vida,
si la jaula de oro no tiene salida.
Mi mente escapa de la realidad hoy día,
pero mi cuerpo muere lentamente en la agonía”. Laberinto ELC.
Marta tiene 34 años, sobrevive en una invasión ubicada
en la localidad de Ciudad Bolívar, al sur de la caótica y farisaica Bogotá, en
donde la necesidad, la vehemencia y la precariedad son el pan de cada día, o
bueno… la realidad, porque el pan está muy caro y pocas veces se puede comer.
Esta mujer de ojos claros y sonrisa tímida, se gana la vida como vendedora
informal con una pequeña chaza que adorna con calcomanías de la Virgen María y
el Divino Niño Jesús. Es madre soltera y solo hizo hasta grado séptimo, porque
se retiró de la escuela después de dejarse tentar por un mesías que resultó
siendo todo un Judas, el mismo que la convenció de llevarla al cielo, irse de
su casa y abandonar a su familia para conocer el amor eterno hacia un sujeto
tangible y carente hasta de amor propio. Pero que después de un par de años se
lavó las manos como Poncio Pilato y se fue a conquistar nuevas tierras. Tiene 4
bendiciones que son el resultado de tres hogares que durante su corta vida no
funcionaron. Katherine es la mayor, tiene 15 años, llegó hasta grado octavo, se
retiró del colegio porque está esperando un bebé. Bryan tiene 13 y está en
grado sexto. Sofi tiene 10, está en cuarto de primaria. Sara es la menor y la
heredera de los ojos de su madre, tiene 6 años, no ha podido entrar a estudiar
porque es quien le ayuda a Marta en las largas jornadas de ganarse el diario
vendiendo cigarrillos, tinto y galletas a los transeúntes mecanizados por el
afán de subsistir.
Aquella mujer no tiene que esperar a que llegue la semana
santa para ver y sentir la corona de espinas, pues todos los días vive su
propio viacrucis desde el hambre, la desigualdad y el rechazo de nosotros los
feligreses que por estos días “santos” nos jactamos de ser solidarios, empáticos
y generosos y hasta nos rasgamos las vestiduras cuando creemos que los pecados
y nuestras malas acciones se borran con un padre nuestro con los ojos cerrados,
subiendo un cerro con una cerveza en la mano o compartiendo un sin fin de
imágenes en estados de WhatsApp con frases hipócritas que no tienen nada que
ver con la reflexión hacia la verdadera espiritualidad y el sentido profundo de
existir.
Nuestra protagonista se levanta a las 4:00 a.m. En una
estufa artesanal hace una aguapanela, ese es el desayuno de los 5 cristianos
que habitan un hogar hecho de latas y palos. Después de medio lavar su cara con
agua reciclada y de alistar a sus hijos que van a la escuela, toma a Sara de la
mano y se preparan para lo procesión del día. Caminan un par de kilómetros hasta
llegar a una esquina que durante los últimos 5 años ha sido la oficina de dos
mujeres que buscan algún día cambiar su realidad. Cuando les va bien, le quedan
$20.000 libres, aproximadamente 4 dólares para sostener a un conglomerado de
sujetos que nacieron sin el pan bajo el brazo, porque hasta el mismo creador
del bien y el mal se olvidó de ellos. Cuando las ventas no son buenas no
alcanza ni para comprar un pedazo de panela y la noche se hace eterna cuando el
estómago está vacío y la mente lanza plegarias a los santos que desde hace siglos
dejaron de ser bondadosos porque cambiaron la docilidad y la humildad por
anillos y puertas de oro con pasadizos secretos que reflejan la causticidad del
ser humano. Es por eso, que con sarcasmo e ironía se puede afirmar que no se
sabe cuándo fue la última cena de esta familia.
Después de una extensa jornada, es hora de volver a
casa con los zapatos rotos, los bolsillos vacíos y el corazón en la mano. Marta
y Sara caminan con la tristeza de la mano. Es viernes santo, los restaurantes
están llenos de creyentes que conmemoran la muerte de Jesús con una mojarra
frita. A ellas ya se les olvidó cuando fue la última vez que comieron pescado,
desde afuera observan a los comensales y guardan silencio, caminan despacio,
esperando un milagro de la vida. Lastimosamente, mañana, pasado mañana, la otra
semana y el próximo mes la situación seguirá igual.
¿A usted le ha tocado comer una sola vez al día
durante meses y meses? Responda a esa pregunta en silencio y dele las gracias a
la vida y a sus decisiones porque tal vez su realidad es distinta a la de Marta
y la de sus hijos, pero eso no lo hace ajeno a la problemática que atraviesan millones
de colombianos. Eso no hace ajeno al sujeto que lee este texto, mucho menos al
que lo escribió, pero de algún modo, desde hace un par de años he dedicado
parte de mi vida a contar historias de las personas como usted, como yo. De
esas mismas que buscan una resurrección de oportunidades, pero que terminan
siendo utopías.
¿Cómo arreglamos esta vuelta?
Este texto terminará el día que el hambre se acabe,
este texto terminará cuando la iglesia deje de vanagloriarse de ser humana,
este texto terminará el día que el Estado deje de matar a sus hijos. Este texto
terminará el día que vuelva a abrazar a mi padre. Probablemente, este texto sea
eterno como la avaricia y la codicia.
Carlos Niño.
Fotografía.
Carlos Niño.
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